El río Medellín está contaminado con materia orgánica y desechos tóxicos como cianuros, fenoles, sulfuros, mercurio y plomo. - Unimedios |
Por: Doris Gómez y David Calle, Unimedios
En el 2015, el río Medellín - Aburrá disminuirá su contaminación, convirtiéndose en referente ambiental para los nueve municipios del Valle de Aburrá. El trabajo entre la administración y las universidades es la base de este proceso en el que la UN es protagonista.
En su recorrido de 100 km, el río Medellín - Aburrá, que atraviesa el área metropolitana con más de 3 millones 500 mil habitantes, solo tiene 3 km libres de contaminación. Según el Indicador Global de Calidad del Agua (ICA), los muestreos realizados durante el 2010 arrojaron que el agua de este afluente es muy mala en la mayor parte de su cauce.
Margarita Cardona, ingeniera del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, autoridad ambiental, explica que “a nivel de calidad, el tramo más crítico se encuentra entre Puente Acevedo y Ancón Norte, debido a la alta intervención humana, la actividad industrial y la descarga de vertimientos de aguas residuales no tratadas”.
La Universidad Nacional de Colombia en Medellín hace parte de RedRío, proyecto que desde el 2003 realiza seguimiento a las características fisicoquímicas y biológicas de esta corriente natural en diferentes periodos estacionales, épocas cronológicas y puntos geográficos, desde el nacimiento hasta la desembocadura, para conocer su calidad por estación y tramo. El ICA es resultado de este trabajo.
Luis Fernando Carvajal, docente y coordinador de la iniciativa en la UN, explica que la ciudad cuenta con una población importante (2.636.101 en el 2010, es decir, el 67% del Valle de Aburrá), que desde hace 15 años descarga –sin ningún tratamiento– aguas servidas directamente a las quebradas y al río desde la industria y el sector residencial.
Lixiviados con alta carga contaminante, sólidos de la explotación minera, aceites, sustancias químicas y el mismo papel higiénico se convierten en enemigos de la calidad y en el dolor de cabeza en las plantas de tratamiento.
A partir del conocimiento y experiencia en modelación lograda desde el posgrado de Recursos Hidráulicos, la UN se ha concentrado en el análisis del caudal. Otras universidades como la de Antioquia, la Bolivariana y la de Medellín adelantan análisis hidrológicos, fisicoquímicos y biológicos asociados a la calidad.
Estos estudios miden el potencial de hidrógeno (pH), el oxígeno disuelto, la conductividad, la turbiedad y el potencial redox (análogo al pH que mide la acidez) del agua, para registrar las variaciones de nivel y la relación área–caudal, entre otros.
También se monitorean nutrientes, metales y sólidos: “Hemos encontrado que los sólidos suspendidos –aquellos que le dan color café al río– y las aguas residuales domésticas son un grave problema, ya que generan una carga orgánica considerable y afectan la calidad del agua, pues disminuyen la diversidad de la biota, principal indicador del estado de contaminación del acuífero. De igual manera, hay presencia de organismos invertebrados como sanguijuelas, que del mismo modo denotan deterioro”, sostiene Orlando Caicedo Quintero, biólogo de RedRío.
“Esta información y el conocimiento obtenido han sido fundamentales para desarrollar un modelo matemático que permite simular la cantidad y calidad del agua bajo diferentes escenarios, actualizar políticas para el control de vertimientos y construir metas de reducción de la contaminación, seguimiento a los indicadores de calidad y priorización de acciones a corto, mediano y largo plazo”, señala Margarita Cardona.
Años de trabajo para sanear el río
A partir de los 90, cuando se inauguró la primera central de tratamiento de aguas residuales, San Fernando, en el sur del Valle de Aburrá, la descontaminación del río Medellín ha sido un tema en la agenda pública de la ciudad. Desde allí, Empresas Públicas de Medellín (EPM) desinfecta un 20% de las aguas servidas generadas en el área metropolitana y proyecta la purificación de la mayor parte del río en el 2015. La central es producto del estudio de factibilidad del programa de saneamiento adjudicado al consorcio Greeley and Hansen (1983), y sugiere un ambicioso plan de recolección de estas aguas y su transporte a cuatro plantas de tratamiento en Itagüí, Bello, Girardota y Barbosa.
“Al reducir la carga orgánica que recibe el río se cumplirá el objetivo de calidad establecido por la autoridad ambiental, como es elevar el contenido de oxígeno disuelto hasta un nivel mínimo de 5 mg/l en promedio. Esto permitirá recuperar espacios en las riberas, que podrán ser dedicados a la recreación sin contacto y a desarrollos urbanísticos y paisajísticos; además, disminuirán las enfermedades de origen hídrico y viral (diarreicas, cólera, hepatitis, etc.), y se permitirá el uso del sus aguas en actividades industriales”, anota Carlos Quijano, subgerente del Proyecto Aguas de EPM.
Sin embargo, la segunda planta de tratamientos sugerida desde 1983 aún no existe. Aunque EPM avanza en el proceso, se espera terminar su construcción a finales del 2014.
La descontaminación también implica que una ciudad caracterizada por el peso de su industria obligue a los diferentes sectores de la economía a acatar la normatividad ambiental y a contar con procesos más limpios.
Para Luis Fernando Carvajal, “lo más cercano que podremos ver será un río con niveles de contaminación que no afecten la salud humana y permita a los habitantes disfrutar el paisaje sin malos olores, con un color del agua casi natural y la oportunidad de pasear a lo largo del afluente sin tropezar con la basura”.
Si bien logar su navegabilidad es aún un sueño, hay otros factores que harán que el proceso de recuperación se agilice y dé buenos frutos en el mediano y largo plazo. Estos son: planificación y cumplimiento de la norma en materia de desarrollo urbanístico; expansión de la población y ordenamiento territorial; mitigación del impacto de la explotación minera, y prevención y control de la erosión, lavado y arrastre de suelos y márgenes de las corrientes hídricas, entre otros.
En su recorrido de 100 km, el río Medellín - Aburrá, que atraviesa el área metropolitana con más de 3 millones 500 mil habitantes, solo tiene 3 km libres de contaminación. Según el Indicador Global de Calidad del Agua (ICA), los muestreos realizados durante el 2010 arrojaron que el agua de este afluente es muy mala en la mayor parte de su cauce.
Margarita Cardona, ingeniera del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, autoridad ambiental, explica que “a nivel de calidad, el tramo más crítico se encuentra entre Puente Acevedo y Ancón Norte, debido a la alta intervención humana, la actividad industrial y la descarga de vertimientos de aguas residuales no tratadas”.
La Universidad Nacional de Colombia en Medellín hace parte de RedRío, proyecto que desde el 2003 realiza seguimiento a las características fisicoquímicas y biológicas de esta corriente natural en diferentes periodos estacionales, épocas cronológicas y puntos geográficos, desde el nacimiento hasta la desembocadura, para conocer su calidad por estación y tramo. El ICA es resultado de este trabajo.
Luis Fernando Carvajal, docente y coordinador de la iniciativa en la UN, explica que la ciudad cuenta con una población importante (2.636.101 en el 2010, es decir, el 67% del Valle de Aburrá), que desde hace 15 años descarga –sin ningún tratamiento– aguas servidas directamente a las quebradas y al río desde la industria y el sector residencial.
Lixiviados con alta carga contaminante, sólidos de la explotación minera, aceites, sustancias químicas y el mismo papel higiénico se convierten en enemigos de la calidad y en el dolor de cabeza en las plantas de tratamiento.
A partir del conocimiento y experiencia en modelación lograda desde el posgrado de Recursos Hidráulicos, la UN se ha concentrado en el análisis del caudal. Otras universidades como la de Antioquia, la Bolivariana y la de Medellín adelantan análisis hidrológicos, fisicoquímicos y biológicos asociados a la calidad.
Estos estudios miden el potencial de hidrógeno (pH), el oxígeno disuelto, la conductividad, la turbiedad y el potencial redox (análogo al pH que mide la acidez) del agua, para registrar las variaciones de nivel y la relación área–caudal, entre otros.
También se monitorean nutrientes, metales y sólidos: “Hemos encontrado que los sólidos suspendidos –aquellos que le dan color café al río– y las aguas residuales domésticas son un grave problema, ya que generan una carga orgánica considerable y afectan la calidad del agua, pues disminuyen la diversidad de la biota, principal indicador del estado de contaminación del acuífero. De igual manera, hay presencia de organismos invertebrados como sanguijuelas, que del mismo modo denotan deterioro”, sostiene Orlando Caicedo Quintero, biólogo de RedRío.
“Esta información y el conocimiento obtenido han sido fundamentales para desarrollar un modelo matemático que permite simular la cantidad y calidad del agua bajo diferentes escenarios, actualizar políticas para el control de vertimientos y construir metas de reducción de la contaminación, seguimiento a los indicadores de calidad y priorización de acciones a corto, mediano y largo plazo”, señala Margarita Cardona.
Años de trabajo para sanear el río
A partir de los 90, cuando se inauguró la primera central de tratamiento de aguas residuales, San Fernando, en el sur del Valle de Aburrá, la descontaminación del río Medellín ha sido un tema en la agenda pública de la ciudad. Desde allí, Empresas Públicas de Medellín (EPM) desinfecta un 20% de las aguas servidas generadas en el área metropolitana y proyecta la purificación de la mayor parte del río en el 2015. La central es producto del estudio de factibilidad del programa de saneamiento adjudicado al consorcio Greeley and Hansen (1983), y sugiere un ambicioso plan de recolección de estas aguas y su transporte a cuatro plantas de tratamiento en Itagüí, Bello, Girardota y Barbosa.
“Al reducir la carga orgánica que recibe el río se cumplirá el objetivo de calidad establecido por la autoridad ambiental, como es elevar el contenido de oxígeno disuelto hasta un nivel mínimo de 5 mg/l en promedio. Esto permitirá recuperar espacios en las riberas, que podrán ser dedicados a la recreación sin contacto y a desarrollos urbanísticos y paisajísticos; además, disminuirán las enfermedades de origen hídrico y viral (diarreicas, cólera, hepatitis, etc.), y se permitirá el uso del sus aguas en actividades industriales”, anota Carlos Quijano, subgerente del Proyecto Aguas de EPM.
Sin embargo, la segunda planta de tratamientos sugerida desde 1983 aún no existe. Aunque EPM avanza en el proceso, se espera terminar su construcción a finales del 2014.
La descontaminación también implica que una ciudad caracterizada por el peso de su industria obligue a los diferentes sectores de la economía a acatar la normatividad ambiental y a contar con procesos más limpios.
Para Luis Fernando Carvajal, “lo más cercano que podremos ver será un río con niveles de contaminación que no afecten la salud humana y permita a los habitantes disfrutar el paisaje sin malos olores, con un color del agua casi natural y la oportunidad de pasear a lo largo del afluente sin tropezar con la basura”.
Si bien logar su navegabilidad es aún un sueño, hay otros factores que harán que el proceso de recuperación se agilice y dé buenos frutos en el mediano y largo plazo. Estos son: planificación y cumplimiento de la norma en materia de desarrollo urbanístico; expansión de la población y ordenamiento territorial; mitigación del impacto de la explotación minera, y prevención y control de la erosión, lavado y arrastre de suelos y márgenes de las corrientes hídricas, entre otros.
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